Penitencia (Confesión)

El sacramento de la confesión es esencial en la vida del cristiano. Por haber nacido todos bajo el pecado original, y por nuestra debilidad, pecamos a lo largo de ella.

Hay dos tipos de pecados, el mortal y el venial. Por el pecado mortal se pierde la gracia santificante, y por el pecado venial se debilita el hombre. Por ello, es necesario confesarse frecuentemente, para pedir a Dios humildemente perdón por nuestros pecados, y recibir todas las gracias que nos da este sacramento.

Los sacerdotes están disponibles para la confesión antes de la Misa en el confesionario y durante el día en el despacho de la parroquia.

Del Catecismo de la Iglesia Católica, 1422-1424:

«Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra El y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a la conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones» (LG 11).

• Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una «confesión», reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador.
• Se le denomina sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente «el perdón […] y la paz» (Ritual de la Penitencia, 46, 55).
• Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: «Dejaos reconciliar con Dios» (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: «Ve primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,24).